Esta “escapada de fin de semana” ha sido a las famosas Lagunas de Ruidera, conjunto formado por quince lagunas a lo largo de 30 kilómetros con aguas trasparentes e intenso color azul turquesa.
Este complejo lagunar se encuentra en los límites de las provincias de Ciudad Real y Albacete dentro de la comunidad de Castilla La Mancha (España). Sin duda, un paraje de gran belleza con singularidades paisajísticas y geológicas.
Aunque el destino inicial fue Villanueva de los Infantes, ciudad cultural declarada Conjunto Histórico Artístico en 1974 y que alberga uno de los conjuntos monumentales más excelsos de toda La Mancha con iglesias, conventos, palacios y casas nobles, portadas con escudos, balcones enrejados… principalmente de los siglos XVI y XVII.
Figuras como Santo Tomás de Villanueva, el humanista Bartolomé Jiménez Patón, el artista Francisco Cano o grandes iconos culturales como Quevedo, Cervantes y Lope de Vega convirtieron esta villa en un importante foco cultural y espiritual.
Tras pasar un par de días y visitar su oferta cultural… por cierto el Hostal “La Gavilla” es un buen lugar para dormir y comer una de sus especialidades como es el Pisto Manchego, buenísimo; el último día lo dedicamos a la naturaleza y por ello la visita a las Lagunas de Ruidera era obligada.
De camino a las Lagunas de Ruidera pasamos, recomendado por el dueño del hostal (Jesús ¡gracias! si no te lo dicen, no lo sabes), por el pueblo San Carlos del Valle… su Plaza Mayor, sólo es comparable a la belleza de las de Almagro y Villanueva de los Infantes. Tiene forma casi rectangular, de 53 metros de longitud por 21 de ancho, está formada por columnas toscanas que sostienen pisos y galerías de dinteles, zapatas y balaustres de madera. Esta plaza fue creada como atrio de la magnífica Iglesia del Cristo, construida sobre el santuario de Santa Elena, ha sido restaurada y se halla bien conservada constituyendo una de las mejores del barroco final de la provincia, declarada Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento en 1993. Una pasada.
Ya en el parque natural, su clima es mediterráneo templado, aportando una nota de frescor y casi de irrealidad en la Mancha llana y seca. Sus quince lagunas se rebosan e inundan unas a otras formando cascadas y saltos debido a formaciones geológicas como las barreras travertínicas, siendo uno de los rasgos más característico de este parque natural.
Fue declarado como parque natural en el año 1979, Reserva de la Biosfera desde el año 1981 y declarado zona de especial protección para las aves en 1988. En sus 3.772 hectáreas alberga una sorprendente riqueza biológica con gran diversidad de especies animales y plantas, montes de encinares y sabinares, sotos, arboledas de álamos y vegetación palustre como la Masiega o la Enea.
El día era otoñal e invitaba a contemplar los ocres y dorados de ciertos follajes como el de los chopos, Álamos negros (Populus nigra) y Álamos blancos (Populus alba). Por cierto, comimos fenomenalmente en el hotel rural y restaurante Albamanjon a pie de una de las lagunas. En su conjunto un placer para los sentidos y una invitación para volver.
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1 Comment
Bonita descripción.