El hotel estaba ubicado en un pueblo tranquilo, con mar y montaña. Quizás demasiado tranquilo. Era un hotel pequeño, lo que permitía dar un servicio a los huéspedes bastante mejor de lo esperado por ellos mismos, al tratarse de un hotel de solo dos estrellas. Pero como decían sus empleados, las estrellas no tienen nada que ver con la categoría.
Era invierno, mediados de noviembre y el hotel estaba prácticamente vacío, sólo estaban ocupadas tres habitaciones del primer piso. Las habitaciones de la planta baja las reservaban para cuándo había una mayor ocupación, así no molestaban a los huéspedes con las conversaciones y los ruidos que pudiera haber en la recepción, de los mismos trabajadores del hotel o de los huéspedes que volvían un poco tarde.
El matrimonio que llegó cerca de la una de la madrugada no tenía reserva, lo cual no presentaba ningún problema a la hora de alojarse, tenían habitaciones libres de sobra. La verdad es que eran una pareja extraña, ya entrados en años y demasiado serios. Le preguntaron a la recepcionista del turno de noche por la disponibilidad y esta les contestó que no había problema ninguno. Le pidieron, a ser posible una habitación en la planta baja, ya que según dijo la mujer, su marido padecía de claustrofóbia, no soportaba los ascensores y tenía dificultad para subir y bajar escaleras. Al ofrecerles la recepcionista una habitación situada en mitad del pasillo, la mujer hizo un amago de sonrisa que presentaba cierto punto de extrañeza, lo cual inquietó, y no en baja medida, a la empleada. Era una sonrisa que dejaba entrever un punto de maldad y satisfacción al mismo tiempo.
Tras las explicaciones pertinentes sobre la hora de los desayunos, el número de la recepción y darles la llave de la habitación, les acompañó hasta la misma. Sólo iban a dormir esa noche y no llevaban nada más que una pequeña maleta, la cual, al cogerla la empleada para que la anciana o el anciano no tuvieran que cargar con ella, notó que pesaba demasiado para el tamaño que tenía. Al dejarlos en la habitación y cerrar el matrimonio la puerta de esta, la empleada se dirigió de nuevo a su puesto tras el mostrador.
Se sentía inquieta. Algo le decía en lo más hondo de su ser, que había algo anormal en aquella pareja, algo no cuadraba, pero por más vueltas que le daba no podía dilucidar lo que era. Con esa sensación en el cuerpo siguió con sus tareas de preparar las mesas para los desayunos de la mañana siguiente y con el repaso de limpieza de la misma recepción.
Serían las cuatro cuándo se produjo el apagón.
Fue un apagón total, en todo el pueblo. Gracias a las luces de emergencia se podía ver bastante bien dentro del hotel, pero fuera no se veía absolutamente nada. Las farolas, las casas e incluso los semáforos permanecían apagados. Si a todo esto se añadía que no había luna esa noche hacía que la oscuridad fuera una oscuridad densa, casi palpable.
El grito se produjo cinco minutos más tarde… pero no era un grito.
La chica de recepción no supo a ciencia cierta si lo que había escuchado había sido un grito, un gemido o un chirrido, el caso es que su obligación era ir a ver que había pasado, pero no le apetecía en absoluto, porque aquel ruido no podía proceder de nada humano y que ella supiera, no había nada de donde provino el ¿grito, ruido? que lo pudiera haber producido.
Abrió la puerta que comunicaba el recinto de la recepción con el pasillo de las habitaciones en el momento en que se fundieron a la vez todos las luces de emergencia que había en dicho pasillo. La inquietud estaba dejando paso al miedo.
Volvió sobre sus pasos para coger el teléfono móvil y así por lo menos alumbrarse con la luz de la pantalla y con paso vacilante se dirigió de nuevo hacia el pasillo. Dentro de lo poco que dejaba ver la tenue luz de la pantalla no vio nada extraño en este por lo que decidió volver a la recepción deseando que volviera la luz cuánto antes, pero al volverse la vio. Vio claramente como por debajo de la puerta de la habitación 103, la que le había dado a los viejos, salía una débil luz fluctuante, a veces ganaba intensidad y otras la perdía pero estaba segura de que era una luz. Lo confirmó al apagarse la pantalla de su teléfono móvil.
Se quedó anclada a la moqueta, sus pies se negaban a moverse, sus pensamientos la llevaron a recordar el color de la moqueta, era azul, un azul fuerte sin llegar al azul marino. Ese pensamiento la distrajo hasta que volvió la luz.
Una vez que esta inundó con su claridad todo el pasillo, hizo un rápido repaso visual, confirmando que todo estaba en orden y que allí, en apariencia, no había pasado nada.
Volvió a su mostrador de recepción para restablecer el equipo informático y mientras lo hacía estaba pensando en lo ocurrido, incluso se llegó a plantear si no hubiera sido el ruido fruto de su imaginación y se sintió un pelín ridícula consigo misma. Pero ¿y la luz que vio por debajo de la puerta de la habitación 103? Se dijo a si misma que a lo mejor la señora pensó igual que ella y decidió encender su teléfono móvil para ver algo. Claro que si, debió de pillarle el apagón en el servicio y recogió su teléfono para iluminarse y así poder lavarse las manos.
Todo eso estaba muy bien, pero aquella sonrisa de la vieja no dejaba de inquietarla, aquella sonrisa tenía algo que iba más allá de la maldad.
Maldijo su suerte pensando que ella solo hacía tres o cuatro noches al mes y precisamente a los viejos se les da por venir en su turno, ¿no podían haber venido en el turno de su compañero? Él hacía veinte noches al mes, la ley de probabilidades decía que si pasaba algo raro debería de tocarle a él y no a ella o a sus otros dos compañeros que compartían con ella los turnos de mañana y tarde.
Estaba deseando que llegara el final de su turno a las ocho de la mañana y que los viejos no saliesen a desayunar antes de esa hora, cosa poco probable debido a la hora a la que habían llegado al hotel. Pero el tiempo parecía haberse estancado. Miraba una y otra vez los relojes, el de la pantalla del ordenador, el suyo de muñeca y el del móvil.
Entonces recordó que no había visto parar a ningún vehículo cuando llegaron los viejos. Lo mismo habían aparcado lejos, pero le pareció una solemne tontería cuando tenían sitio en la misma puerta del hotel, además, aunque hubieran aparcado más lejos habría visto por lo menos las luces, en una noche tan oscura era difícil no verlas.
Y otra cosa era la maleta, recordó que cuando ella la cogió para llevarla a la habitación se sorprendió de lo mucho que pesaba para el tamaño que tenía, sin embargo hubiera jurado que cuando entraron los viejos la que llevaba la maleta era la mujer y la llevaba como si esta no pesara más que un periódico. Si en algo la habían tranquilizado sus pensamientos anteriores estos últimos habían vuelto a llenarla de inquietud. Por cierto, ahora que recordaba, el viejo no había abierto la boca en ningún momento, es más habría jurado que no había cambiado ni siquiera la expresión.
Oyó una puerta que se cerraba en la planta baja, por supuesto no podía ser otra que la de la habitación 103, esperó impaciente a que se abriera la puerta que daba del pasillo a la recepción y ver aparecer a la vieja, pero ese momento no llegó. No sabía si levantarse e ir a ver o quedarse donde estaba. Su mente maquinaba todo tipo de posibilidades… la vieja había salido para preguntar por el apagón y se había arrepentido, al viejo le había pasado algo y luego ya estaba mejor, la vieja tenía sed iba a por agua y decidió beber del grifo en el último momento, cualquiera de las otras y a la vieja le había dado algo en el mismo pasillo y allí estaba tirada. Decidió ir a ver.
Forzándose a levantarse de la silla e ir andando hacia la puerta se puso en marcha, al agarrar el tirador respiro hondo un par de veces hasta que lo bajo, no sin esfuerzo. Abrió la puerta lentamente esperando ver a la vieja tirada en el pasillo y echando espuma por la boca, o con una herida sangrante y la cara desencajada.
No encontró nada de eso, simplemente encontró el pasillo, iluminado por las luces de led, con su moqueta azul oscuro y sus puertas de las habitaciones cerradas a cal y canto. Resopló con alivio y volvió a su puesto.
Volvió a mirar el reloj, las seis menos cuarto. ¡Por Dios! ¿por qué no pasaba el tiempo?
Sabía que todavía tenía que subir otra vez al almacén, que estaba en la segunda y última planta, a dejar en el frigorífico de allí el embutido sobrante de preparar los desayunos. Para eso debería de salir otra vez al pasillo y coger el ascensor. Tomó la resolución de no hacerlo, le diría a su compañera cuándo la relevase que se le había olvidado, o mejor, no le diría nada.
¡Basta! Me tengo por una mujer inteligente y todo esto no son más que gilipolleces. Se dijo.
Con resolución se levanto, cogió el embutido, abrió la puerta que daba al pasillo y entró en el. En cuanto entró se encendieron las luces gracias a los detectores de presencia colocados en el techo, hasta ahí todo normal. Entonces la vio. Había una mancha enorme en la moqueta, justo enfrente de la habitación 103, tenía una forma más o menos trapezoidal, algo así como una maceta tirada. Estaba completamente segura que esa mancha no estaba ahí cuándo abrió antes la puerta. Seguro que la hubiera visto. Reuniendo todo el valor del que fue capaz se acercó a la mancha, se agachó dando la espalda a la puerta de la habitación 103 y tocó la moqueta. Le extrañó mucho que la mancha estuviera completamente seca. No podía precisarlo con exactitud, pero no habría pasado ni media hora desde la última vez que había abierto la puerta y la mancha no estaba, por lo tanto lo que la había causado no podía haberse secado tan rápido. Recogiendo el embutido que había dejado a su lado en el suelo, se puso en pie y se dirigió al ascensor para subir al almacén. Una vez guardado todo en su sitio bajó a echarle otro vistazo a la mancha. Al abrirse las puertas del ascensor y encenderse nuevamente las luces tuvo que reprimir un grito de angustia.
No había ni rastro de la mancha.
Estaba al borde de la histeria. Se preguntaba si es que le habría sobrevenido algún tipo de locura instantánea de la que nunca había oído hablar, si no sería todo producto de su imaginación, que por culpa de la noche oscura, del apagón y de esa pareja tan extraña, le había jugado una mala pasada. ¿Pero cómo podía ser todo tan real y que fuera sólo producto de su imaginación?
Intentó tomarse el pulso con ayuda del segundero de su reloj de pulsera (que por cierto le había regalado su compañero del turno de noche, el que tenía que estar aquí, y no ella, en ese momento lo odiaba), pero le fue imposible, sólo pudo estimar que estaba por encima de ciento diez pulsaciones por minuto.
Las siete y diez, ¿por qué no bajaba nadie a desayunar? Los desayunos eran de ocho a once, pero no pasaba nada si algún huésped bajaba más temprano, desde que estaba trabajando allí, que era desde que abrió el hotel, siempre había sido así. Si alguien salía más temprano se le servía igual el desayuno. Se preguntaba por qué en el horario del mismo no ponía: HORARIO DE DESAYUNOS, DESDE QUE TE LEVANTES HASTA LAS ONCE. Sería mucho más cierto que el horario que había expuesto. Los días entre semana casi siempre bajaba alguien a desayunar temprano, algún trabajador que se hospedaba en el hotel, o algún huésped que le gustaba salir a correr temprano, le daría conversación el mayor tiempo posible. Luego recordó que su compañera casi siempre llegaba tarde, no tenía vehículo y dependía del horario de autobuses o de alguien que pudiera acercarla. Maldijo su suerte otra vez más.
Siete y media pasadas, ya quedaba menos. Hoy tendría el día libre, todo el martes para ella y todo el miércoles, que entraría otra vez en el turno de noche, pero bueno, ya no estarían allí los dos viejos de la 103, algo es algo, se dijo.
La compañera llegó a las ocho y cinco, a esta no le dio conversación, le comentó la novedad de la habitación 103 y se fue a casa.
En cuánto arrancó el coche y tomó la carretera sus pulsaciones bajaron, como por arte de magia.
Durante su día libre y el siguiente no pudo dejar de pensar en los acontecimientos que acontecieron la noche del lunes al martes sin terminar de encontrarles explicación posible. Intentó sacárselos de la cabeza pero le fue del todo punto imposible. Seguía pensando en la “sonrisa” de la vieja, en el apagón, en los ruidos… pero sobre todo en la mancha. De camino al hotel para su nuevo turno algo le decía que la cosa no iba a ir bien. La inquietud crecía a medida que se acercaba. No se equivocaba.
Nada más entrar a la recepción la compañera (la misma que la había relevado el día anterior por la mañana) le comunicó que la simpática señora de la habitación 103 había prolongado su estancia dos noches más. Al decirle ella que era una pareja de ancianos esta le dijo que no, que la señora estaba sola, de eso estaba completamente segura.
Se puso a buscar la hoja del registro que se hacía a todos los huéspedes y se grapaba a las fotocopias de los carnets en el archivador. No estaba. Pero tampoco estaba la de la señora sola. Pensó en llamar al compañero habitual del turno de noche para preguntarle si él había visto algo extraño la noche anterior y de paso preguntarle también por la hoja de registro, decidió que no, ya era tarde y estaría descansando. Aparte, se reiría de ella y la tomaría por una niñata histérica. Lo que si hizo fue preguntarle a la compañera por la señora que decía era tan simpática cuando esta abrió en ese mismo momento la puerta que comunicaba el pasillo con la recepción.
Saludó cordialmente a las dos empleadas con una sonrisa realmente cautivadora, dando las buenas noches y pidiendo por favor si podía llenar una botella con agua de la máquina. La compañera no dudó un instante en decirle que por supuesto, ofreciéndose a llenársela ella misma. En el momento que esta les dio la espalda para dirigirse a la máquina de agua la vieja miró fijamente a la chica a los ojos y volvió a sonreír.
La sonrisa era incluso más terrorífica que la de hacía dos noches.
La vieja cogió el agua y se fue a la habitación, la compañera se despidió y salió por las puertas de cristal que daban acceso al hotel, y la chica se quedó sola en la recepción.
Lo primero que hizo fue llamar a su compañero.
Después de siete u ocho tonos saltó el contestador, entonces si que lo odió. Se dijo que cuándo lo tuviera delante le daría una bofetada, o le arañaría la cara, o le insultaría… Intentó relajarse pero fue en vano. La vieja con esa mirada y esa sonrisa acababa de decirle que esta noche habría más diversión.
Eran las doce y cuarto, sólo llevaba un cuarto de hora de su turno y ya estaba de los nervios, sabía que tendría que subir al almacén antes o después, y esa idea no le seducía en absoluto. Se obligó a estar activa para ver si el tiempo pasaba más deprisa y al mirar el programa de reservas y ocupación en la pantalla del ordenador se llevó el primer susto. La única habitación ocupada en ese momento era la 103.
La vieja volvió a la recepción a los cinco minutos con la botella que había llenado antes totalmente vacía. Miró a la chica y dijo:
–Perdona, voy a volver a llenar la botella si no te importa. Esta noche mi marido tiene mucha sed.
En ese mismo instante se le secó la boca y un escalofrío recorrió su espina dorsal de arriba abajo. La vieja llenó la botella de agua, abrió la puerta del pasillo y se fue sin decir nada más. Ni siquiera la miró.
Entonces se dio cuenta de que las luces del pasillo no se habían encendido cuando la vieja entró en él. Los sensores de presencia debían de estar estropeados. Salió de recepción y fue a cerrar la puerta que la vieja había dejado abierta, en cuanto se acercó a esta las luces del pasillo se encendieron automáticamente.
Al sentarse tras el mostrador intentó serenarse pensando, se dijo a si misma que si pensaba, si razonaba, habría una respuesta coherente a todo este asunto. Los compañeros pensaban que la vieja estaba sola porque el viejo no había salido de la habitación, lo de la otra noche no fue otra cosa que el fruto de su imaginación por culpa del apagón, pero ¿y la mancha de la moqueta? Podía haber sido una sombra. Cuando sonó el teléfono pegó un salto en la silla. Era su compañero. La próxima vez que lo viera no iba a pegarle ni a insultarle. Iba a matarlo directamente.
-Dime.
-Dime tú, me has llamado hace un rato. ¿Ocurre algo?
-No, ¡que va!, era sólo para preguntarte por el matrimonio de la 103, si habías visto el parte de viajeros. No lo encuentro y entraron en mi turno.
-¿Matrimonio? Tenía entendido que era una señora sola, muy simpática por cierto, según me dijo el compañero, porque yo ni la he visto.
-¿Anoche notaste algo raro?
-Que yo sepa no. Todo muy tranquilo y más aburrido. ¿Pasa algo?
-No, no, todo bien. Venga descansa, que es tarde y estarás cansado.
-Venga, nos vemos el fin de semana cuando te releve el sábado.
Se sentía algo más tranquila después de hablar con su compañero, pero no mucho más. Todos sus compañeros estaban convencidos de que la vieja estaba sola, ¿como podían ser tan tontos?. Vamos a ver, si ella había hecho la ficha de los dos cuando entraron, es más, la vieja acababa de decirle que su marido tenía mucha sed. Era imposible que no supieran que estaba el marido dentro. Decidió llamar a la camarera de piso para ver si había arreglado la habitación estos días.
Esta si le cogió el teléfono, aunque mejor que no lo hubiera hecho, le confirmó que ella y su compañera habían hecho el mantenimiento… de una sola cama.
Oyó claramente como se cerraba la puerta de una habitación. No pensó ni por un momento ir a mirar. Si a la vieja le apetecía hacer gimnasia por el pasillo a la una de la madrugada, por Dios que no iba a ser ella quien se lo impidiera. Si la vieja estaba sola prepararía sólo una mesa para el desayuno, pero decidió ponerla con dos cubiertos, uno para ella y el otro por si aparecía el marido o un amante de la vieja a última hora. Miro en los armarios de la pequeña cocina y observó que no había zumos, por lo cual debería subir a por ellos. Se volvió a decir a si misma que bastaba ya de tonterías, así que cogió del cajón la llave del almacén y se dispuso a salir al pasillo para tomar el ascensor. En cuánto abrió la puerta y se encendió la luz se quedó petrificada por el terror.
Allí estaba el viejo, de pie sobre una mancha ahora mucho más grande que la noche anterior la cual parecía sangre, al mirar la cara del hombre vio como la miraba este, sus ojos eran de súplica, pedían ayuda a gritos, unos gritos silenciosos pero que ella era capaz de escuchar claramente en lo más profundo de su ser. Pero eso no era lo más terrorífico. Tras unos segundos de parálisis total se dio cuenta de que veía la puerta del personal masculino situada al fondo del pasillo a través del hombre, se veía bastante difuminada pero podían leerse las letras PERSONAL claramente a través del “cuerpo” del hombre.
Echó a correr escaleras arriba en cuánto pudo superar el miedo y al llegar al pasillo de la primera planta se encontró de cara con la vieja, que le preguntó:
-Hola guapa ¿has visto a mi marido?, no lo encuentro.
Dio la vuelta escaleras abajo mientras escuchaba los gritos de la vieja diciéndole que era una maleducada, que le contestase. Y luego sus risas, unas carcajadas agudas y desagradables como nunca jamás había escuchado y no quería escuchar más en su vida, aunque estaba completamente segura de que seguiría escuchándolas en sus sueños… si es que alguna vez podía volver a dormir.
Prefería mil veces enfrentarse de nuevo a ese ¿cuerpo? ¿espíritu? ¿ente?… que a la jodida vieja. Pero al llegar de nuevo al pasillo de la planta baja y mirar de nuevo hacia donde había visto al viejo no había nada, ni mancha, ni viejo… nada. Sólo el iluminado pasillo con sus puertas a los lados y la de personal al fondo del mismo.
Abrió la puerta del pasillo hacia recepción y la cerró tras ella apoyando la espalda y temblando.
Vio las luces de un coche que estaba aparcando en la puerta del hotel, salió corriendo hacia las puertas de entrada para ver quien era y pedir ayuda, ya le daba igual. Al ver que era su compañero del turno de noche abrió rápidamente. El compañero al verla se asustó con razón, estaba lívida.
Ella se le echó a los brazos llorando y diciéndole que había algo, que allí dentro había algo. Tardó en calmarse.
Ya no le odiaba.
Al calmarse y preguntarle que hacía allí, que por qué había venido, él le contestó que porque le había dejado preocupado cuándo hablaron por teléfono.
-Venga, subo yo al almacén, ¿que hay que coger de allí?
-¡Y una mierda!, yo no me quedo sola aquí, si hay que subir subo contigo.
-Está bien, vamos.
Subieron en el ascensor, entraron en el almacén, cogieron los zumos y bajaron. Todo esto sin que ocurriese nada extraño. Al llegar a la recepción ella dijo:
-Pensarás que estoy loca.
-Un poco si. Pero no tanto como para inventarte o imaginarte lo que me has contado, así que pienso que algo habrás visto como para ponerte como te has puesto.
-¿Te vas a ir? Ahora que has visto que no hay nada raro.
-Claro que me voy a ir, pero cuándo venga el compi y salgamos los dos juntos por esa puerta.
-Gracias.
-De nada.
Les dio tiempo a tomar dos cafés cada uno, hablaron de literatura y de cine, sobre todo ella, a las siete él se levantó y encendió el televisor, sintonizó el canal de noticias y lo que oyeron les dejó atónitos a ambos.
TRAGEDIA EN EL HOTEL: En un pequeño hotel de un pueblecito asturiano, una anciana de setenta y seis años mata a su marido de setenta y ocho a puñaladas mientras este dormía, no se conocen todavía los motivos, pero se cree que pudo ser una enajenación mental. A lo largo de la mañana y al ver que no salían de la habitación habiendo procedido a llamar insistentemente los empleados del hotel abrieron la puerta y se encontraron con la tragedia. El hombre había recibido unas quince puñaladas en el tórax y el cuello mientras que la anciana se encontraba muerta en la cama, boca arriba, con los brazos cruzados sobre el pecho y, según dicen los testigos con una maliciosa sonrisa en la cara, una sonrisa que daba miedo.
Al mostrar las fotos de la pareja, la chica volvió a ponerse blanca, y agarrada al brazo de su compañero sólo pudo decir en un susurro:
-Son ellos.
-Ahora el que se está acojonando soy yo. ¿Estás segura?
-¡Que si!
-Vale, vale… Te creo. Pero eso es Asturias y estamos en Murcia, no sé que coño pasa aquí pero voy a llamar a la habitación 103 desde la recepción, y si me contestan pediré disculpas y diré que fue un error. Pondré el “manos libres” para que lo oigas tu también.
Así lo hizo y no bien llamó descolgaron el teléfono y se oyó una voz:
-No debería haber venido.
Durante el día, y después de llamar insistentemente a la puerta y al teléfono de la habitación se decidió abrir la puerta. Las camas estaban desechas, el baño había sido usado.
La habitación estaba vacía.
NOTA para el autor:
Agradecemos a Miguel Angel García López el detalle de hacernos partícipes de sus relatos, durante nuestra estancia en Portman, que ha sido INMEJORABLE. También el que nos concediera el honor de publicar uno de sus relatos en nuestra web. Espero te guste, espero os guste. Y que no se te olvide amigo, esperamos leer pronto muchos más en tu blog ‘Palabrejas de un pueblo’.¡ GRACIAS POR TODO !
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